El finning es un método de pesca que consiste en cortar las aletas laterales, dorsal, y la cola de los tiburones para su comercio y consumo. ¿Y qué se hace con el resto del cuerpo, teniendo en cuenta el espacio que ocupa en las cámaras frigoríficas de los barcos y su escaso valor nutritivo y monetario?
La triste y escabrosa respuesta es que se devuelven al mar... vivos. Vivos, mutilados, para que mueran en una lenta agonía en el fondo del mar. Y dejando de lado la gran pérdida de sangre, el hecho de carecer de extremidades les impide por completo el movimiento, haciendo imposible cazar, huir de los peligros o mantenerse a flote. Lo único que pueden hacer es menearse lastimosamente mientras, reducidos a un montón de muñones, descienden hasta el suelo marino: su tumba.
Cada año mueren miles de tiburones por culpa de esta cruel práctica. No hay ley ni organización que los defienda ni regule el tráfico de aletas de tiburón: para colmo, los pescadores cobran una miseria por cada pieza, entre 10 y 12 euros, mientras que en los restaurantes la sopa de aleta de tiburón puede llegar a costar 100 euros.
